sábado, 20 de abril de 2013

Sobre "ser mujer"

Mucho se habla sobre lo que una mujer es o debe ser, y a veces lo que se habla dista tanto de la realidad que a de ser común que una joven hoy en día, llegue al mismo cuestionamiento al que llegó Simone de Beauvoir al empezar a escribir sobre el segundo sexo “¿Qué es ser mujer?”. ¿Qué es lo que hace que una mujer sea mujer, a pesar de no sentirse identificada con lo que la sociedad demanda de su rol como “mujer”?. Después del tan sonado “la mujer no nace, se hace” y de entender que el ser mujer va más allá de lo que dicta la sociedad, la mujer empieza a cuestionar las barreras que su rol le impone.

La lucha feminista hace mucho que logró el voto femenino; ya la mujer tiene trabajo, puede divorciarse, incluso no tiene la obligación de casarse, puede educarse... y aunque todo esto se de con importantes limitaciones, lo cierto es que la lucha feminista se ha menguado con razones de peso para hacerlo. Por ello, concuerdo cuando se escribe que esta es la lucha más difícil del feminismo, luchar contra un sistema patriarcal que no se sabe opresor y cuyo sistema de opresión se hace invisible.
La feminista actual es consciente de que aun cuando muy pocos tienen la verdadera voluntad de oprimir a la mujer por ser mujer; esta opresión está legitimada, y legitimada de una forma tan profunda que la hace difícil de detectar y erradicar. No sé cuantas veces he escuchado que la mujer debe ser hermosa (al parecer la belleza es la virtud más admirable en una fémina, mientras el varón puede ser feo si así se le antoja), bien hablada (sí, muchas veces me han dicho que me veo “poco femenina” por soltar algunos improperios merecidísimos), delicada (directamente relacionado con lo anterior, pero también dejando por fuera a las mujeres de gran tamaño, fuertes, o a las cuales les gusta el trabajo físico), inocente (lo cual incluye un culto abominable a la virginidad, como si cada una de nosotras fuera una princesa árabe que va a cobrar por ella una gran fortuna) y... (esta es la mejor parte) servicial (ja, hombres háganse el favor de lavar un plato).
No creo ser hermosa, pero un más importante que eso es que no creo necesitar ser hermosa para ser y sentirme mujer. ¿Bien hablada? No siempre. Creo que nos vemos igual de mal, tú hombre y yo mujer, al momento de decir malas palabras; además al igual que tú soy un ser humano (jaja si, lo sé, también me resulta increíble) tengo las mismas emociones que tú y creo que hay cosas que no se pueden expresar sin recurrir a ellas. Sí creo que soy delicada para algunas cosas; no peso cincuenta kilos pero prefiero que tú, con tus brazos que la biología hizo más grandes que los míos, lleves las bolsas más pesadas y me cargues si por casualidad me doblo un tobillo. De inocente no tengo ni un pelo. No, no valgo lo que vale mi virginidad como me llegaron a decir alguna vez las monjas que me educaron la mayor parte de mi vida. En tal caso, ¿qué virginidad? Pienso en sexo desde que tengo memoria, y aunque lograron atormentarme con aquello de que el sexo era malo, lo siento, ya no pueden hacerlo. Que disfrute del sexo no me hace puta. No te da derecho a faltarme el respeto. Tampoco quiere decir que voy a acostarme contigo. Y lo de servicial es muy tierno, simplemente no lo soy todo el tiempo, espero lo mismo de ti.
El feminismo no es lo contrario al machismo. En sentido amplio es la reivindicación de la mujer como conocedora y autora de su propio ser, buscando la igualdad de oportunidades y exigencias entre hombres y mujeres, sabiendo de antemano que tenemos diferencias biológicas y ontológicas que aceptamos y amamos. Tampoco estamos en contra de la caballerosidad (bueno, no todas) ni creemos que nos ofendes al invitarnos una cena. No los odiamos (en realidad los amamos). No necesitamos que nos protejan todo el tiempo. Por último, un detalle sumamente importante, algunas mujeres saben manejar y lo hacen increíblemente bien (lamentablemente no es mi caso).

miércoles, 17 de abril de 2013

Venezuela

Venezuela, catorce de abril del dos mil trece. Elecciones Presidenciales en Venezuela posteriores al fallecimiento del Presidente Hugo Chávez. Después de una emotiva, excitante y muy corta campaña, llegamos al día en que nuestra voz iba a escucharse, o Nicolás Maduro o Henrique Capriles. Mi día empezó a las seis y media de la mañana, hora en que me levanté para ir a votar. Mi centro estaba solísimo pero no me extrañó porque es un centro pequeño. Entré y me vi frente a frente con la máquina. He votado cuatro veces y las cuatro veces me ha temblado el pulso de la emoción. Es raro, pero me comprendo; vivo en Venezuela y así vivimos la política. Aplasté la cara de Capriles, le di a votar, miré fijamente la papeleta, la introduje en la caja, firmé, puse mi huella, y me fui satisfecha. No habría podido imaginar que quince horas después, el ambiente me daría ganadora. Los teléfonos sonaban, twitter, facebook, mensajes, los carómetros, los comentarios, la información de los que saben, de los que no saben, de los de la Sala situacional, de los de PDVSA, de los enchufados; toda la información que llegaba nos daba ganadores. Las elecciones son así, aunque no se permitan las encuestas a boca de urna, cuando alguien gana, se sabe. Saberte ganadora y aun así dudar de quien dirá los resultados. Siempre he sido de las que reconoce la fuerza apabullante del chavismo, siempre he confiado en los resultados que ha dado el Consejo Nacional Electoral a lo largo de estos años llenos de elecciones de cualquier tipo. Sin embargo yo tenía que dudar. Y salió Tibisay Lucena y dijo lo que yo esperaba que dijera. Que gran diferencia con el siete de octubre. El siete de octubre al escuchar que perdíamos me llené de un optimismo ilógico que me decía "somos la oposición, somos la verdadera revolución, somos el cambio; ganaron, ganó, pero va a tener que arreglárselas con nosotros porque no permitiremos que nos aplaste". El catorce de abril me sentí desolada, robada, indignada, muy decepcionada de las personas responsables de las riendas de nuestro país. Que gran decepción. Pero yo se que no fui la única. Si Henrique Capriles hubiera dicho esa noche que reconocía los resultados, habría sentido que el también me robó. Ganamos, se siente. Y el lunes sin que Henrique convocara estábamos en el CNE reclamando ese robo, y el lunes en la noche las cacerolas sonaron y sonaron hasta que la gente tuvo que salir de sus casas porque ya las paredes no podían contenerlos. Salieron y caminaron sin rumbo porque nadie los dirigía, pero querían caminar y caminar y que todos se enteraran que los habían robado. Y yo los seguí. Y no existió diferencia entre nosotros, porque a todos nos habían robado lo mismo. Yo no se que vaya a pasar ahora con Venezuela, yo no se si este gobierno ilegítimo durará o no durará mucho. Yo sólo necesito que me devuelvan lo que me robaron y si hace falta que duerma en el asfalto lo haré, si hace falta que respire gas lacrimógeno lo haré, si hace falta que corra huyendo de los perdigones o las balas lo haré, si hace falta que me hieran lo haré, si hace falta morir lo haré. Devuélvanme mi dignidad como ciudadana maldita sea.