La lucha feminista hace
mucho que logró el voto femenino; ya la mujer tiene trabajo, puede
divorciarse, incluso no tiene la obligación de casarse, puede
educarse... y aunque todo esto se de con importantes limitaciones, lo
cierto es que la lucha feminista se ha menguado con razones de peso
para hacerlo. Por ello, concuerdo cuando se escribe que esta es la
lucha más difícil del feminismo, luchar contra un sistema
patriarcal que no se sabe opresor y cuyo sistema de opresión se hace
invisible.
La feminista actual es
consciente de que aun cuando muy pocos tienen la verdadera voluntad
de oprimir a la mujer por ser mujer; esta opresión está legitimada,
y legitimada de una forma tan profunda que la hace difícil de
detectar y erradicar. No sé cuantas veces he escuchado que la mujer
debe ser hermosa (al parecer la belleza es la virtud más admirable
en una fémina, mientras el varón puede ser feo si así se le
antoja), bien hablada (sí, muchas veces me han dicho que me veo
“poco femenina” por soltar algunos improperios merecidísimos),
delicada (directamente relacionado con lo anterior, pero también
dejando por fuera a las mujeres de gran tamaño, fuertes, o a las
cuales les gusta el trabajo físico), inocente (lo cual incluye un
culto abominable a la virginidad, como si cada una de nosotras fuera
una princesa árabe que va a cobrar por ella una gran fortuna) y...
(esta es la mejor parte) servicial (ja, hombres háganse el favor de
lavar un plato).
No creo ser hermosa,
pero un más importante que eso es que no creo necesitar ser hermosa
para ser y sentirme mujer. ¿Bien hablada? No siempre. Creo que nos
vemos igual de mal, tú hombre y yo mujer, al momento de decir malas
palabras; además al igual que tú soy un ser humano (jaja si, lo sé,
también me resulta increíble) tengo las mismas emociones que tú y
creo que hay cosas que no se pueden expresar sin recurrir a ellas. Sí
creo que soy delicada para algunas cosas; no peso cincuenta kilos
pero prefiero que tú, con tus brazos que la biología hizo más
grandes que los míos, lleves las bolsas más pesadas y me cargues si
por casualidad me doblo un tobillo. De inocente no tengo ni un pelo.
No, no valgo lo que vale mi virginidad como me llegaron a decir
alguna vez las monjas que me educaron la mayor parte de mi vida. En
tal caso, ¿qué virginidad? Pienso en sexo desde que tengo memoria,
y aunque lograron atormentarme con aquello de que el sexo era malo,
lo siento, ya no pueden hacerlo. Que disfrute del sexo no me hace
puta. No te da derecho a faltarme el respeto. Tampoco quiere decir
que voy a acostarme contigo. Y lo de servicial es muy tierno,
simplemente no lo soy todo el tiempo, espero lo mismo de ti.
El feminismo no es lo
contrario al machismo. En sentido amplio es la reivindicación de la
mujer como conocedora y autora de su propio ser, buscando la igualdad
de oportunidades y exigencias entre hombres y mujeres, sabiendo de
antemano que tenemos diferencias biológicas y ontológicas que
aceptamos y amamos. Tampoco estamos en contra de la caballerosidad
(bueno, no todas) ni creemos que nos ofendes al invitarnos una cena.
No los odiamos (en realidad los amamos). No necesitamos que nos
protejan todo el tiempo. Por último, un detalle sumamente
importante, algunas mujeres saben manejar y lo hacen increíblemente
bien (lamentablemente no es mi caso).