martes, 6 de marzo de 2012

Después del 5 de marzo de 2004

Eran alrededor de las 9 de la noche, tu llegabas a la misma hora de siempre, con algo para nosotras, como siempre, y con tu habitual sonrisa. Fuiste a la cocina a saludar a mi madre, que estaba cocinando, supongo, no recuerdo las cosas tan claramente, pero recuerdo que de repente tuve un arranque de amor, los besé a ti y a ella y ambos se miraron extrañados; fui luego a mi cuarto, y seguí con cualquier cosa que estuviera haciendo. Desde hace días habías estado enfermo, ¿no? pero jamás nos hablaste de eso, yo solo sabía de tus constantes dolores en el brazo, de algunas molestias estomacales bastante frecuentes, y que habías acudido a un médico que te había recomendado algo de reposo; pero todos sabíamos que no harías mucho caso, yo no estaba preocupada, siempre habías sido el más fuerte.

Cuando ya eran como las 11 de la noche, mis hermanas y yo escuchamos unos ruidos extraños, mi madre y tu peleaban tanto para esos días que ya me imaginaba que tenía algo que ver con eso. Fui corriendo, con mis dos, muy pequeñas hermanas, detrás de mí, a ver que estaba ocurriendo. Estabas inclinado sobre el lavavajillas, notablemente enfermo, y haciendo arcadas. Mi madre nos detuvo, y dijo algo que casi no entendí... supuse que quería que nos fuéramos al cuarto, ella nos intentaba calmar con sus palabras; pero era algo que yo no necesitaba. Tú eras tan fuerte, habías sido tan fuerte, que yo no necesitaba esas palabras; yo sabía que estabas bien, que estabas enfermo como había estado yo tantas veces, algo normal; sabía que te curarías y que quizá era algo tan simple como una mala comida. Entonces yo me dispuse a llevar a mis hermanas al cuarto, y brindarles un poco de la calma que yo sentía; pero ellas no encontraban consuelo. Victoria, tu hija menor, no dejaba de llorar (si yo sé, eso no era, ni es, raro en ella) pero no dejaba de alterarme los nervios; además había logrado alterar a Camila, la siempre dominada por una extraordinaria calma, cosa que yo no podía permitir. Victoria entre lágrimas balbuceaba, y yo intentando calmarla decidí escuchar las razones de tanto sollozo; me dijo, y eso sí lo recuerdo muy bien, "Carola reza, porque papi se va a morir". ¡Que niña más loca! ¿Cómo iba a ocurrírsele semejante cosa por verte un poco enfermo? tu no podías morir, ¡Por Dios!, y menos por una indigestión o algo parecido; eras demasiado fuerte para ello. Pero claro, ya ella me había sembrado la macabra idea, ¿Qué tal si realmente morías? ¿Qué tal si por alguna casualidad, ella tenía razón en lo que decía? y fue entonces cuando pensé en correr a decirte cuanto te amaba, cuanto te amo aún; pero hacerlo sería consentir los pensamientos más macabros de mi malcriada y loca hermanita, no lo hice; aún así no me arrepiento, no me hubiera gustado sentir que sabía lo que se avecinaba.

Esa noche dormí tranquila, confiaba tanto en tu fuerza papá, tanto, que fue suficiente mi confianza para apagar esos extraños pensamientos. Despertamos a eso de las 6:30 am, tarde, para una madre que tiene que vestir a tres niñas somnolientas. Salimos sin despedirnos de tí, quizá por gracia de Dios, porque no eras tú quien dormía sobre esa cama. Por primera vez en muchos días y en muchos años, el estrés de la mañana me hizo omitir el beso que te daba antes de irme al colegio, ¡que afortunada casualidad! no fui yo quien descubrió lo que luego cambiaría la vida de todos.

Ese día era 1er viernes de mes, era 5 de marzo del año 2004, yo tenía 10 años ¿recuerdas? sí, era bastante pequeña. En el colegio hay exposición del santísimo sacramento cada 1er viernes de mes y ese viernes, por supuesto que no fue la excepción. Caminé hacia la capilla entre el barullo de mis compañeras y sólo ante el silencio que da una sala vigilada por el mismo Jesucristo, recordé las palabras de tu hija, la loca, la que dijo que morirías. Fue entonces cuando pedí a Dios por tu salud, pedí que te mantuvieras perfecto para que esa niña no pudiera inventar tantas cosas y para la tranquilidad de todos, pedí por tí aunque en el fondo sentía que nada grave podría pasarte, repito, eras demasiado fuerte. Volví entonces al salón, y seguí divagando entre el barullo de mis compañeras, entre las tareas y los juegos sin preocupación alguna.

Estaba en clase de ortografía (creo, mi memoria no es tan buena) para cuando me llamaron desde la puerta. Estaba feliz porque me iba de esa fastidiosa clase, sin imaginar por supuesto, la razón por la cual me estaban buscando antes de finalizar la jornada del día. Mis compañeras se despidieron de forma cariñosa, yo les correspondí y salí del salón sonriendo. Afuera me esperaba mi madre, con una cara que probablemente jamás olvide; tenía varias maestras alrededor, que la tomaban por el hombro y me miraban fijamente; se alejaron cuando mi mamá empezó a hacer un esfuerzo para hablar.

¿Por qué mamá lloraba? no lo sabía, no sabía por qué me miraba con tanta lástima, como si yo fuera una desdichada y no lo era. Yo ya empezaba a inquietarme, aunque solo hubieran pasado algunos escasos minutos, le pregunte varias veces que pasaba, por qué lloraba y por qué me había sacado de mi clase; ella luchaba contra sus sollozos para hablar. Fue cuando dijo -"tu papá..."- que supe que se trataba de tí, mientras ella intentaba recuperarse para seguir, por mi mente pasaron mil imagenes, tú en el hospital, tú muy enfermo, tú en un problema, tú, tú y tú; la interrumpí... -¿Está en el hospital?- -Se murió- respondió ella, y entonces un enorme peso fue liberado por mi cuerpo; ya no sentía las manos, y mis pasos eran casi flotantes, papá te habías muerto, que de cojones, te habías muerto.

De allí en adelante todo pasó muy rápido. Tus hijas llorando, tu esposa llorando, tus sobrinos, hermanos, suegros, cuñados, amigos, todos llorando. Todos metidos en mi casa llorando. Yo no quería llorar, no quería ver gente llorar, no quería nada funebre y macabro a mi alrededor. Tú estabas muerto, ¿y qué? yo estaba viva, quizá con el tiempo aprendería a no extrañarte. Tu te moriste y yo no te culpé por ello, culpé a Dios un tiempo, me culpé a mí por no avisar lo que "sabía", soñaba con retroceder el tiempo y evitarlo; pero seamos sinceros papá, tú tenías que morir ese día.

Hoy por hoy me pregunto que sería de mí si tu vivieras, ¿sería yo diferente?, definitivamente. Tu muerte, papá, marcó mi vida. La cambió para siempre, y quizá ese día, ese 5 de marzo de 2004, sea la base de una importante parte de lo que hoy soy.

He cambiado tanto papá, y aunque no haya derramado aún ni una sola lágrima en tu nombre, te aseguro que mi dolor es permanente. Me duele haberte conocido tan poco, me duele que esto me haya pasado a mí. Pero he hecho de mi dolor poesía, he hecho de mi dolor fortaleza, he hecho de mi dolor brazos y piernas de mi personalidad.

Nosotras hemos estado bien, hemos superado muchas dificultades. Mi mamá no es perfecta, papá; pero no hubieras podido escoger una mejor mujer para criarnos. Ella ha sido nuestro pilar y nos ha protegido en tu ausencia, a veces sacrificando su propia felicidad. Siempre he pensado que a ella le tocó la peor parte, sola y con tres hijas ha sabido mantenerse con esa personalidad tan disparatera y elocuente de la que te enamoraste y quizá no soportabas en los últimos meses de tu vida. Camila y Victoria son dos mujeres. Cami, ya no es tan gorda (jajaja) y mantiene esa hermosa y taciturna personalidad, creo que quiere ser cocinera o diseñadora, sea como sea será muy exitosa pues el talento le sobra. Victoria sigue teniendo una personalidad bastante marcada, marcada por sus excéntricos gustos y opiniones; ella casi no te recuerda, lo sé, y si tu la vieras no la reconocerías. Mamá está feliz, enamorada y feliz, yo se que te encantaría verla así, porque su felicidad se contagia.

Papi, papá... (hace cuanto que no le digo así a nadie), han pasado 8 años desde aquel día, hoy siento como si sólo hubiesen sido unos pocos días; pero mañana volveré a ser la misma de estos últimos años, me preocuparé por cosas banales y por mantener buenas notas, intentaré verme linda y hablaré con mis amigas por mi blackberry, no pensaré en tí, ni pensaré en tristezas, y cuando tenga que nombrarte lo haré rápidamente, casi sin pensarlo, y con el rostro más inexpresivo de mi repertorio; eso con el único fin de no causar ni un poquito de ese asqueroso sentimiento que llaman lástima.

No soy mala, no soy fría, no es que no te quise papá, tú más que nadie sabes cuando te he amado, solo vivo mi dolor de una forma diferente, y entiendo que tu vida debía llegar hasta ese día, ni un día más, ni un día menos.

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